Cuando supe que
te fuiste mi tiempo se detuvo, otra vez.
Dicen que suele pasar
así: por un instante, lo que tienes entre manos en ese momento deja de tener
cualquier sentido, y hasta la propia respiración se ausenta por segundos, segundos
más dilatados de lo habitual. Agolpa tu mente ese último momento en que
hablaste con ella, aquella vez en que viste su cara, y sentiste su risa. Todas
esas imágenes, difusas, se posan en el recuerdo más inmediato. Quizá el lamento y
la pena dormida de otras tempranas partidas, caigan de nuevo como losa en tu
pecho, para recordarte lo efímero del término “vivir”. Para que imprimas de
inmediato a tu existencia esa respiración consciente que nunca llega, otra vez…
Quiero creer que respiro, pero últimamente me doy cuenta que subsisto entre
suspiros contenidos, y una fugaz toma de aire por la boca me devuelve a la
realidad del descuido.
Estos últimos
tiempos están siendo difíciles para todos. La contienda y trastienda de la clausura impuesta desarma el paradigma
cotidiano, y ya, ni tan siquiera, despedirnos con afecto y al efecto podemos.
Los ojos se han vuelto el espejo del alma, porque la cara a medias no dice
nada. Con esos mismos ojos irresolutos hemos gritado, amado, trasmitido una
sonrisa encubierta, nos hemos abrazado a un metro de separación, quizá dos... ¿Quién acierta la reclamada distancia? Un trayecto que mina el pensamiento y el
sentimiento más íntimo. Un “pecado” exógeno que impone su código. Prestos tomamos
un aliento que ni siquiera llega a los labios, todo queda mediado, pendiente, aplazado
por tiempo indeterminado.
Te has marchado
quebrando almas de por vida, más la tuya sin remedio. Pero no lo has hecho en
silencio. Tu voz ha sido más diligente que cualquier otra voz, porque tu
discurso era verdadero; tu tiempo… Tu tiempo que se expande como tu grandeza, doblemente
empleado y consciente. Impregnas vida a nuestras pasajeras vidas, y dejas gran
huella y amor, fuerza y talento, y a mi recuerdo diario legas una preciosa
sonrisa, gracias. Y aunque esa manida frase diga que “el tiempo lo cura todo”, aquí
quedarán corazones que vestirán calza y muleta lo que les reste, u otro
artilugio para mermar esa quemazón, para adormecer, con ardides, esa ausencia
repentina que descimienta, descalza y deseca existencia.
La necesaria llegada
de una mañana tras otra deja al otro lado del tiempo, en las caras ocultas del
silencio, el pesar que arrastra inevitablemente una noche sin duermevela, y ese
corazón que queda al descubierto se va ajustando de esperanza, expectativa de
un siempre, donde sé, nos encontraremos, lo creo firmemente, pues no es la
primera vez que te fuiste, con distinto nombre, con distinta brisa, tú siempre
me contestaste.
Envío este mensaje al viento, espero que te
llegue.
No dejo de ver
tu sonrisa, cada día, querida Lucía.
P.D. Por cierto,
el otro día pedaleando en la Vía verde, vi al Amor de tu vida… Bueno, pero eso
tú, ya lo sabes.
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